Cada 1 de mayo, el mundo entero recuerda el sacrificio de miles de trabajadores que, a lo largo de la historia, lucharon por sus derechos y su dignidad. En Bolivia, esta fecha cobra un significado profundo: no es solo una jornada de memoria, sino también de reflexión sobre las condiciones actuales del trabajo, las deudas pendientes del Estado y el enorme aporte —a menudo invisibilizado— de las mujeres, tanto en las ciudades como en las zonas rurales más remotas.
En las ciudades, las mujeres participan activamente en todos los sectores económicos. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística (INE), para el año 2024, el 45% de la fuerza laboral urbana estaba compuesta por mujeres. Sin embargo, esa participación no siempre se traduce en igualdad de condiciones: las brechas salariales persisten, los techos de cristal son difíciles de romper y muchas veces el trabajo femenino se concentra en sectores precarizados como el comercio informal, el trabajo doméstico y los servicios de baja remuneración.
Pero es en el área rural donde el aporte femenino resulta aún más esencial y menos visible. Según datos del Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras, las mujeres representan más del 60% de la mano de obra agrícola en Bolivia, especialmente en la producción de alimentos de subsistencia y la gestión de recursos naturales. Son ellas quienes cultivan, cosechan, cuidan el agua, preservan semillas ancestrales y transmiten prácticas sostenibles de generación en generación. Todo esto en contextos de profundas desigualdades: acceso limitado a crédito, capacitación técnica, tecnología agrícola y propiedad de la tierra.
A pesar de todo, su trabajo sostiene no solo a sus familias, sino también la soberanía alimentaria del país.
Hablar de empleo en Bolivia es hablar de informalidad. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimó que en 2024, más del 85% de la población activa boliviana trabajaba en condiciones informales, es decir, sin contratos formales, sin seguros de salud, sin aportes a la seguridad social, y en condiciones laborales muchas veces precarias.
Dentro de esta economía informal, las mujeres ocupan un lugar desproporcionadamente alto:
Ser parte del sector informal implica enfrentar riesgos constantes: desde la falta de protección ante accidentes laborales hasta la exposición a violencia y acoso, pasando por la inestabilidad de los ingresos y la imposibilidad de acceder a créditos o beneficios sociales.
Sin embargo, lejos de resignarse, muchas mujeres han convertido esta adversidad en creatividad, liderando ferias, redes de comercio solidario, emprendimientos barriales, o migrando hacia actividades de producción artesanal y agroecológica.
El contexto boliviano actual añade nuevas capas de dificultad al ya complejo panorama laboral. El país enfrenta una combinación de crisis económicas, políticas y climáticas que afectan directamente a los trabajadores:
Estos factores se combinan para generar un panorama de alta incertidumbre, donde la estabilidad laboral y el acceso a condiciones dignas de vida se vuelven un privilegio cada vez más escaso.
Sin embargo, si algo ha definido históricamente a Bolivia es su capacidad de resistir, adaptarse y soñar con un futuro mejor. A lo largo de décadas de crisis, cambios políticos y desafíos ambientales, el pueblo boliviano ha demostrado una resiliencia inquebrantable.
Hoy, en cada mercado, en cada comunidad, en cada iniciativa de agricultura sostenible o en cada pequeño emprendimiento, vemos el reflejo de mujeres que no se rinden. Mujeres que han hecho del trabajo no solo un medio de supervivencia, sino una herramienta de transformación social.
Organizaciones comunitarias, colectivos feministas, redes de microempresas y movimientos de defensa del territorio crecen día a día, impulsados en gran parte por ellas. Desde el altiplano hasta la Amazonía, pasando por los valles y las ciudades, las mujeres bolivianas están sembrando esperanza. Porque aunque el camino esté lleno de desafíos, Bolivia sigue avanzando.
Porque aunque la adversidad golpee, el espíritu trabajador, soñador y luchador de nuestras mujeres —y de todo nuestro pueblo— sigue intacto.
Hoy, en el Día Internacional del Trabajo, celebramos no solo lo que hemos logrado, sino también lo que seguimos construyendo.
Y aunque el horizonte parezca incierto, sabemos que el futuro está en las manos de quienes nunca dejaron de creer y trabajar por un país más justo, digno e inclusivo.