La Amazonía, que abarca más de 6.7 millones de km² en Sudamérica, ha sido llamada el "pulmón del mundo" debido a su papel en la absorción de CO₂ y producción de oxígeno. Sin embargo, en los últimos años, ha sufrido una serie de incendios devastadores que han sido exacerbados por prácticas de deforestación y cambios en el uso del suelo. Se estima que solo en el último año se han perdido millones de hectáreas de bosque tropical debido a incendios provocados en gran parte para expandir la agricultura y la ganadería.
Esta pérdida no solo incrementa las emisiones de carbono, sino que también afecta gravemente a la biodiversidad y a las comunidades indígenas que habitan la región. Las comunidades amazónicas, que dependen directamente del bosque para su subsistencia, han visto alteradas sus fuentes de agua y alimento. Además, la deforestación reduce la capacidad del Amazonas para regular el ciclo hidrológico, lo que podría llevar a una "sabana" o ecosistema seco, con consecuencias potencialmente irreversibles en la regulación climática de la región.
El glaciar Thwaites, ubicado en la Antártida Occidental, representa una de las mayores amenazas de aumento del nivel del mar en el siglo XXI. Este glaciar, que tiene el tamaño del estado de Florida, se está derritiendo rápidamente debido al aumento de la temperatura del océano, que calienta las corrientes marinas en contacto con la base del glaciar. Los científicos han advertido que el colapso completo del Thwaites podría causar un aumento del nivel del mar de hasta tres metros, lo que afectaría ciudades costeras de todo el mundo, desde Nueva York hasta Shanghái.
La situación del Thwaites también subraya un fenómeno llamado "inestabilidad de los glaciares marinos", en el cual la pérdida de hielo en la base acelera el flujo de hielo hacia el océano, desencadenando un círculo vicioso. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), la desestabilización de estos glaciares representa una de las mayores amenazas de aumento del nivel del mar, con impactos directos sobre millones de personas que viven en áreas costeras y la biodiversidad marina.
El calentamiento global ha aumentado la temperatura de los océanos, lo que proporciona energía adicional para tormentas tropicales y huracanes, incrementando tanto su intensidad como su frecuencia. La tormenta tropical Trami, que afectó a Filipinas, provocó lluvias torrenciales que resultaron en inundaciones masivas y deslizamientos de tierra. Mientras tanto, el huracán Milton, uno de los más potentes de la temporada, golpeó el Caribe y América Central, destruyendo viviendas, infraestructuras y dejando a miles de personas sin acceso a servicios básicos.
Estos fenómenos tienen un impacto directo en la seguridad alimentaria y la infraestructura, además de provocar desplazamientos masivos de personas. Las comunidades vulnerables, que dependen de sus cosechas y pesca, pierden sus medios de subsistencia, y la reconstrucción de infraestructuras requiere recursos que muchos países no tienen disponibles. El impacto a largo plazo de estos huracanes es una señal de advertencia de cómo el cambio climático está intensificando los riesgos naturales, generando crisis humanitarias y poniendo en peligro la estabilidad de las naciones afectadas.
La Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), común en la región del Mediterráneo, está provocando lluvias torrenciales cada vez más intensas. Este año, la DANA causó graves inundaciones en Valencia, España, forzando evacuaciones masivas y causando daños millonarios a la infraestructura y la agricultura. Aunque las DANAs son fenómenos naturales, el cambio climático ha intensificado la cantidad y distribución de lluvias, haciendo que las áreas costeras sean especialmente vulnerables.
Las pérdidas no solo son materiales; la infraestructura dañada requiere tiempo y recursos para ser reparada, y el impacto psicológico en las comunidades afectadas también es significativo. Además, las DANAs ponen en relieve la necesidad de adaptar las infraestructuras a un clima cada vez más errático. España, como muchos otros países europeos, está tratando de implementar estrategias de resiliencia, pero el reto es adaptar estos sistemas en un tiempo récord.
Los fenómenos extremos analizados reflejan un ciclo acelerado de impactos climáticos que afectan cada rincón del planeta. Lejos de ser eventos aislados, los incendios, el derretimiento de glaciares, los huracanes y las inundaciones forman parte de una crisis climática global que exige una respuesta unificada.
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, proteger los ecosistemas y promover la adaptación climática son medidas urgentes. Los acuerdos internacionales, como el Acuerdo de París, buscan que las naciones trabajen juntas para limitar el calentamiento global a 1.5 °C por encima de los niveles preindustriales, objetivo que requiere acciones ambiciosas e inmediatas. Además, la sociedad civil, las empresas y los gobiernos deben comprometerse con la transición hacia energías renovables, la conservación de la biodiversidad y la planificación de infraestructuras resilientes al cambio climático.
En última instancia, el cambio climático no solo pone en riesgo nuestro entorno natural, sino que también afecta la seguridad alimentaria, la economía y la vida de millones de personas. La humanidad enfrenta el reto de cambiar sus hábitos y de prepararse para los efectos del cambio climático, asegurando un futuro habitable para las próximas generaciones.
Desde Cecasem no lo vemos todo perdido, más al contrario, lo vemos como un punto de quiebre, un punto de inflexión para el inicio de un cambio, de mejoras y desarrollo. Desde el más pequeño grano de arena se puede realizar cambios gigantescos y revolucionarios. Hacemos el llamado para el inicio de nuevos cambios en los desastres a la naturaleza.