EL (DES)ENCANTO DE VIVIR EN BOLIVIA

14 de abril de 2025

Entre la lucha diaria y la esperanza terca

“Bolivia no va a nacer”, repiten muchos. Y sin embargo, aquí estamos: resistiendo, sembrando, cantando, gritando, sanando, cayendo y volviendo a pararnos.

La herida abierta

Vivir en Bolivia es, muchas veces, una experiencia de frustración sostenida. Despiertas y hay un bloqueo. Enciendes la radio y hay una nueva denuncia de corrupción, muertes, asesinatos, violaciones. Vas al mercado y todo ha subido. Quieres hacer trámites y no hay sistema, y ni qué decir de las interminables filas. Y mientras tanto, los discursos oficiales hablan de estabilidad, de crecimiento, de democracia.

Para muchas personas, sobre todo jóvenes, Bolivia se ha vuelto una promesa rota. Una tierra que duele. Una historia que parece no aprender de sus errores. La frase “este país no va a cambiar” se ha vuelto rutina, y el cansancio colectivo ya no se grita… se arrastra.

¿El país que se cae a pedazos?

La realidad es cruda. El transporte público está colapsado. Las ciudades crecen sin planificación. Las comunidades rurales enfrentan inundaciones, incendios y abandono. La educación sobrevive a fuerza de voluntad docente, y la salud se desangra entre falta de insumos y discriminación institucional.

El acceso a derechos se ha vuelto un privilegio. Y para muchas mujeres, especialmente indígenas y rurales, la doble o triple opresión es la norma: violencia machista, pobreza, racismo, olvido estatal.

Y sin embargo…

El país que insiste en nacer

Hay otra Bolivia. Una que no sale en las portadas, pero está viva.

Es la Bolivia de la señora que amasa pan a las 4 de la mañana para mandar a su hijo a la universidad. Es la de las jóvenes que se organizan en colectivos feministas para educar sobre violencia. Es la del comunario que enseña a sus nietos a hacer compost porque “la tierra no se vende”. Es la de las abuelas que cuidan, las niñas que sueñan, los agricultores que siembran esperanza, aunque el cielo no llueva.

Esa Bolivia nace todos los días en los márgenes. Es incómoda para el poder porque no pide permiso. No necesita ministerios ni cámaras. Solo necesita tierra, tiempo y comunidad.

“Esperanza” como acto radical

Seguir creyendo en Bolivia no es ingenuidad, es terquedad política. Es mirar el desastre y decidir sembrar de todos modos. Es crear, amar, resistir, denunciar, abrazar… incluso cuando todo parece en contra.

Desde Cecasem, lo vemos cada día. Mujeres que, con recursos limitados, transforman sus comunidades. Jóvenes que eligen quedarse para construir. Líderes que no esperan elecciones para hacer política desde abajo.

BOLIVIA SÍ NACE. TODOS LOS DÍAS. AUNQUE NO QUIERAS VERLO.

Tal vez no sea el país que soñamos. Tal vez tengamos mil razones para rendirnos. Pero cada vez que una mujer toma la palabra, cada vez que una niña va a la escuela, cada vez que alguien dice “no más”, cada vez que haya solo una oportunidad, Bolivia vuelve a nacer.

Porque no somos el Estado, ni los titulares. Somos el pueblo. Somos la memoria. Y sobre todo, somos la semilla.

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