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Entre la esperanza y los desafíos de un país que espera respuestas. Bolivia amaneció con un nuevo presidente. Rodrigo Paz, del Partido Demócrata Cristiano, fue elegido en las urnas con la promesa de unidad, renovación y estabilidad. Las calles, los hogares y los medios hablan hoy entre varios temas ya sea a favor o en contra, de un cambio político, pero más allá del triunfo electoral, persiste una realidad que no se resuelve con discursos ni victorias: la preocupación profunda de un país que lleva demasiado tiempo esperando soluciones concretas a problemas que ya no pueden seguir postergándose.
Durante los últimos años, especialmente los últimos meses, Bolivia ha atravesado una de las etapas más complejas de su historia reciente. La crisis del combustible, las interminables filas por gasolina y diésel, la escasez de dólares y la creciente incertidumbre económica se han convertido en parte de la vida cotidiana de miles de familias. En los mercados, los precios suben y bajan cada semana; en las carreteras, los productores luchan por trasladar sus productos; y en las comunidades más alejadas, las mujeres, los niños y las niñas siguen siendo los más golpeados por la falta de políticas sostenibles y por la indiferencia institucional.
Desde Cecasem miramos este nuevo escenario con esperanza, pero también con la responsabilidad que exige la realidad. La llegada de un nuevo gobierno no significa el fin de los problemas, sino el inicio de posibles oportunidades para enfrentarlos de forma diferente. Es tiempo de poner al centro lo que verdaderamente importa: la gente, la vida, la dignidad y la justicia. Porque si algo ha demostrado nuestra historia reciente, es que un país no se construye desde el poder, sino desde la conciencia colectiva y el compromiso con los más vulnerables.
El nuevo gobierno enfrenta un país con heridas abiertas. La desigualdad persiste y la pobreza sigue siendo una sombra que cubre a más del 30% de la población. En las comunidades rurales y amazónicas, las familias luchan contra el olvido estatal, enfrentando sequías, incendios, falta de agua y el abandono de sus cultivos. La seguridad alimentaria —un tema fundamental para nuestra soberanía— continúa relegada, mientras los proyectos agrícolas, las políticas de producción y el apoyo a las mujeres productoras no reciben la prioridad que merecen. Si no se garantiza el alimento, no se garantiza la vida.
En las ciudades, la situación no es menos preocupante. La violencia contra las mujeres y los feminicidios siguen aumentando, a pesar de los discursos oficiales y las leyes que prometen protección. En lo que va del año, decenas de mujeres han sido asesinadas y miles siguen sufriendo en silencio el peso de una justicia lenta y una sociedad que aún normaliza la agresión. No hay país fuerte si las mujeres viven con miedo. No hay progreso si la mitad de la población no puede caminar libremente por las calles o acceder a un trabajo digno.
Los niños y las niñas, por su parte, siguen siendo las víctimas invisibles de la crisis. Muchos dejan de estudiar por falta de recursos, por desnutrición o porque deben trabajar para sostener a sus familias. En los barrios marginales y en las comunidades rurales, la infancia se mide en carencias y no en sueños. Y mientras tanto, la educación pública lucha por sobrevivir con bajos salarios, infraestructura deficiente y docentes que hacen milagros para mantener viva la esperanza en las aulas.
Cecasem, como institución que trabaja desde hace más de tres décadas en la defensa de los derechos humanos, de las mujeres y de las comunidades rurales, cree que el cambio verdadero comienza cuando las prioridades se reordenan. Cuando la política deja de mirar hacia arriba y comienza a mirar hacia abajo. Cuando la voz de una madre campesina o de una joven estudiante tiene tanto valor como la de un empresario o un político. Cuando se entiende que el desarrollo no se mide solo en cifras, sino en bienestar humano, en oportunidades reales y en respeto por la vida.
El presidente electo hereda un país dividido, cansado, pero no sin esperanza. Bolivia necesita liderazgo, sí, pero sobre todo necesita empatía y compromiso. La reconstrucción no será fácil: se requiere restaurar la confianza, recuperar la producción nacional, garantizar el acceso a los servicios básicos y devolver a la gente la certeza de que el esfuerzo vale la pena.
Los desafíos son enormes, pero también lo es la fortaleza de nuestro pueblo. Lo hemos visto una y otra vez: cuando los caminos se cierran, las bolivianas y bolivianos los vuelven a abrir. Cuando falta la gasolina, la gente comparte. Cuando los precios suben, las familias se organizan. Y cuando la política divide, la solidaridad une. Esa es la verdadera esencia de nuestra nación.
Hoy, más que nunca, Bolivia necesita un gobierno que escuche, que dialogue, que sepa tender puentes. Que no tema reconocer errores ni asumir responsabilidades. Que mire a las mujeres como aliadas del cambio, no como víctimas de un sistema desigual. Que apueste por los jóvenes, por los agricultores, por los emprendedores y por los pueblos indígenas que cuidan la tierra y el agua.
La esperanza no se decreta: se construye. Y se construye con trabajo, transparencia y respeto.
Desde Cecasem, reafirmamos nuestro compromiso de seguir acompañando los procesos sociales, promoviendo la igualdad, la justicia y la seguridad alimentaria, defendiendo a las mujeres, protegiendo la niñez y apoyando a las comunidades que mantienen vivo el corazón de Bolivia.
Porque si algo nos enseña este nuevo comienzo, es que ningún cambio es posible si no empieza por nosotros mismos. Y si esta vez la historia decide cambiar, que sea para bien. Que sea para construir una Bolivia más justa, más humana y más fuerte.
Por: Brian C. Dalenz Cortez - Cecasem
