Un reciente análisis del Observatorio de Género revela que el 64,20% de los feminicidios en Bolivia son perpetrados por parejas o exparejas, y que el 48,15% de los agresores actúa en estado de sobriedad, lo que evidencia patrones estructurales de violencia más allá del consumo de alcohol.

Los datos, recogidos del estudio “Investigación sobre feminicidio, una mirada desde los perpetradores del delito” del OBCSD y el Ministerio de Gobierno, muestran que la violencia letal contra las mujeres se ejerce principalmente desde el círculo más cercano, con graves impactos emocionales, familiares y sociales. Las cifras de orfandad asociadas al feminicidio confirman que esta problemática no solo arrebata vidas, sino que genera profundas secuelas en la niñez.
El feminicidio en Bolivia continúa siendo un fenómeno marcado por la cercanía entre víctima y agresor. Según el Observatorio de Género, el 64,20% de los feminicidios es cometido por parejas íntimas o exparejas, mientras que un 27,16% corresponde a agresores extraños y un 8,64% a personas conocidas pero sin vínculo íntimo. Estos datos reafirman que la violencia letal ocurre predominantemente en espacios de confianza y proximidad.
Contrario a la creencia de que el alcohol es el principal detonante, el estudio muestra que el 48,15% de los feminicidas actuó en estado de sobriedad, mientras que el 25,93% estaba en estado de ebriedad y solo un 6,17% tenía hábito alcohólico persistente. Un 19,75% no pudo ser determinado. Estas cifras evidencian que el feminicidio responde principalmente a patrones estructurales de violencia, y no únicamente a circunstancias momentáneas.
El impacto familiar de estos crímenes es devastador. Durante 2024, 135 niñas, niños y adolescentes quedaron en situación de orfandad por feminicidio, de los cuales 100 son menores de edad. La mayor concentración de casos se registró en La Paz (42), Cochabamba (33) y Santa Cruz (27), departamentos que se mantienen como ejes críticos de violencia extrema contra las mujeres.
El fenómeno también tiene repercusiones económicas y emocionales. De acuerdo con el informe, el feminicidio “no solo arrebata la vida de una mujer, sino que desestructura a toda su familia”, afectando a abuelas/os u otros cuidadores que deben asumir responsabilidades para las que no estaban preparados. La carga emocional en hijas e hijos es profunda, especialmente cuando no reciben atención psicológica adecuada.
Este panorama refuerza la necesidad de profundizar políticas públicas de prevención, fortalecimiento institucional y atención integral a víctimas indirectas, así como la urgencia de enfrentar las raíces estructurales de la violencia de género en el país.
Por: Joel Poma Chura - Comunicación Cecasem

