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ORO QUE ENVENENA, COMUNIDADES QUE RESISTEN, EL MERCURIO EN BOLIVIA

septiembre 29, 2025

El mercurio es un metal que no se ve, no se huele y no se toca directamente, pero sus efectos son devastadores. En Bolivia, este enemigo silencioso ha encontrado terreno fértil en la minería aurífera, donde cada año se liberan toneladas que contaminan ríos, peces y cuerpos humanos. Mientras tanto, el Estado oscila entre compromisos internacionales y una permisividad que lo coloca en la incómoda posición de ser uno de los países que más consume mercurio en el mundo.

Imagen: IA

Durante 2024, estudios internacionales colocaron a Bolivia en los primeros puestos globales en importación de mercurio, con registros que pasaron de apenas 1,7 toneladas en 2010 a más de 160 en 2020. Ese salto no es casual: refleja el auge descontrolado de la minería aurífera artesanal, especialmente en las cuencas del Beni, Madre de Dios y Mamoré. Allí, el mercurio es la herramienta más barata y rápida para obtener oro, pero también el veneno que se queda en el agua, en los peces y en los cuerpos de quienes nunca han pisado un campamento minero.

El gobierno intentó regular esta situación con un decreto en 2023, que creó el Registro Único de Mercurio (RUME) y prometió controlar importaciones y usos. Sin embargo, el flujo de mercurio no se detuvo. Parte sigue ingresando legalmente y otra gran parte entra de manera irregular por fronteras débiles. La normativa se convirtió en un trámite, pero no en una solución. Mientras tanto, comunidades amazónicas denuncian que sus niños presentan enfermedades que antes no existían, que las mujeres en edad fértil cargan con niveles peligrosos en su sangre y que los ríos ya no son fuente de vida, sino de intoxicación.

Imagen: IA

Los estudios son claros: en pueblos indígenas como los Tsimanes y los Ese Ejja, 9 de cada 10 mujeres superan los niveles de seguridad recomendados por la OMS. El mercurio afecta el sistema nervioso, provoca abortos espontáneos, compromete el desarrollo cognitivo de los niños y deja secuelas irreversibles. La paradoja es cruel: mientras el oro se va al mercado internacional, el mercurio se queda en los cuerpos de quienes menos ganan y más pierden.

Los departamentos más golpeados son Beni, Pando y La Paz, especialmente en municipios auríferos como Guanay y Tipuani o en comunidades indígenas de las riberas. Santa Cruz, aunque no es zona minera principal, también registra rastros de contaminación por arrastre atmosférico y de cuencas. En todos estos lugares, el denominador común es el abandono: no hay campañas estatales de salud, no hay estudios periódicos, no hay programas de atención para quienes ya cargan el veneno en la sangre.

Bolivia es parte del Convenio de Minamata, que busca la reducción y eliminación del mercurio en el mundo. Pero mientras los compromisos se firman en foros internacionales, en el territorio la realidad es otra: se sigue usando, se sigue importando y se sigue contaminando. La contradicción entre el discurso y la práctica es una muestra del doble estándar con el que se maneja nuestra política ambiental.

Imagen: IA

La reflexión es clara: el problema no es solo el mercurio, sino el modelo extractivo que lo mantiene vivo. El Estado ha apostado por la minería aurífera como fuente rápida de divisas, sin asumir los costos humanos y ambientales que deja. Y esos costos no son abstractos: se miden en niños con dificultades de aprendizaje, en mujeres que pierden embarazos, en comunidades enteras que ven cómo el pescado —su principal alimento— se convierte en riesgo.

Desde Cecasem, afirmamos que este tema no puede seguir en la sombra. Se necesita información transparente sobre importaciones, un control real en fronteras, alternativas tecnológicas que permitan producir oro sin mercurio y sobre todo, programas de salud pública para atender a las comunidades ya afectadas. El oro puede llenar bolsillos en el corto plazo, pero el mercurio vacía el futuro de generaciones enteras.

Bolivia debe decidir si quiere ser recordada como el país que convirtió al mercurio en parte de su identidad productiva, o como aquel que tuvo la valentía de detenerlo antes de que sea demasiado tarde.

Por: Brian C. Dalenz Cortez – Comunicación


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