Mientras en Bolivia se discuten los conflictos sociales, los dólares y las muchas crisis políticas, hay otra realidad que avanza sin tanto ruido, pero que está marcando la vida de miles de familias: la migración. Silenciosa o tumultuosa, legal o irregular, la migración boliviana se ha convertido en un éxodo moderno. Se estima que casi un millón de bolivianos viven hoy fuera del país, buscando trabajo, estabilidad, o simplemente la posibilidad de comer cada día. Detrás de cada partida, hay una historia que mezcla necesidad y esperanza, y una red de retos legales, económicos y humanos que no siempre se cuentan.
Argentina ha sido durante décadas el destino predilecto de los bolivianos. Allí viven más de 338.000 compatriotas, muchos instalados en Buenos Aires, Jujuy, Salta y provincias agrícolas. Durante años, el país vecino ofreció trabajo en la construcción, la cosecha de verduras, frutas, floricultura o el servicio doméstico. Hoy, sin embargo, la situación es más difícil. La inflación galopante y la crisis económica argentina han deteriorado las condiciones laborales, mientras surgen nuevos brotes de xenofobia contra inmigrantes. Aun así, sigue siendo un destino elegido, porque muchos bolivianos tienen familiares allá, redes de apoyo y la posibilidad de mandar remesas que, aunque cada vez rinden menos, siguen siendo vitales.
Brasil ha crecido como polo migratorio boliviano, sobre todo en São Paulo y Belo Horizonte. Allí se calcula que viven unos 350.000 bolivianos, dedicados principalmente a la industria textil, construcción civil y servicios. Sin embargo, miles están en situación irregular, sobre todo en talleres clandestinos textiles donde trabajan en condiciones de semi-esclavitud. Muchos bolivianos han denunciado jornadas laborales de más de doce horas, sueldos miserables y la constante amenaza de deportación. Aun así, Brasil sigue atrayendo migrantes porque ofrece salarios más altos que Bolivia y la posibilidad de regularizarse a través de acuerdos del Mercosur, aunque los trámites son largos y costosos.
Chile se ha convertido en el nuevo foco de atención y también de conflictos. Tras años de recibir inmigrantes bolivianos para la agricultura, construcción y servicios, el país ha endurecido su política migratoria. La nueva Ley de Migración chilena, vigente desde 2022, exige que los migrantes gestionen su residencia fuera del territorio chileno antes de ingresar. Esto ha dejado a miles en un limbo legal. A comienzos de 2024, Chile incrementó los controles militares en la frontera norte, expulsó migrantes y cerró puntos de atención sanitaria en pasos fronterizos. En el imaginario colectivo chileno, la migración se asocia con delincuencia, pese a que la gran mayoría de bolivianos solo busca trabajo honesto. Actualmente, Chile y Bolivia negocian acuerdos bilaterales para facilitar visas temporales de trabajo agrícola, pero en la práctica, la migración irregular continúa porque las necesidades económicas no esperan papeles.
España, por su parte, es el sueño europeo para muchos. Allí viven unos 250.000 bolivianos, principalmente en Madrid, Barcelona y Valencia. Muchos comenzaron trabajando en empleos domésticos, limpieza o cuidado de personas mayores, pero poco a poco algunos han logrado abrir negocios, obtener títulos académicos convalidables o insertarse en el mercado profesional. La relación histórica entre Bolivia y España ha facilitado ciertos acuerdos, como la doble nacionalidad y convenios para el reconocimiento de títulos, aunque no son automáticos y requieren trámites complejos. España es también la puerta de entrada al resto de Europa para quienes sueñan con nuevas oportunidades, aunque los controles migratorios se han endurecido en la última década.
En Estados Unidos, los bolivianos son menos numerosos que otras comunidades latinoamericanas, pero están presentes, sobre todo en estados como Virginia, Maryland, Nueva York, Nueva Jersey y California. Muchos llegan con visa de turista y deciden quedarse, encontrando trabajos en construcción, restaurantes, limpieza o administración. Quienes cuentan con estudios superiores buscan convalidar títulos, aunque no siempre lo logran fácilmente. El “sueño americano” sigue vivo, impulsado por la posibilidad de mejores sueldos y la esperanza de enviar remesas a casa. Sin embargo, la política migratoria estadounidense se ha endurecido, y los procesos de regularización pueden durar años y costar miles de dólares.
La gran pregunta para miles de migrantes bolivianos es qué tan posible es validar sus estudios y reinsertarse profesionalmente. En teoría, acuerdos como el Convenio de La Haya facilitan la legalización de documentos, y el Mercosur ofrece cierta ventaja para moverse entre países sudamericanos. Sin embargo, las convalidaciones de títulos varían mucho de país a país. En Chile, por ejemplo, se puede reconocer un título boliviano, pero en la práctica, muchas universidades exigen cursos complementarios o tesis para homologar el título. En España, la convalidación depende del área profesional y del nivel de estudios, y puede tardar años. En Brasil, los trámites también son largos y costosos. Para muchos bolivianos migrantes, estos procesos se convierten en un callejón sin salida, obligándolos a aceptar trabajos por debajo de su formación académica.
Detrás de cada migración hay también un sueño. No todos emigran únicamente por hambre o necesidad. Muchos buscan construir un futuro diferente, darles estudios a sus hijos, comprar una casa o vivir con dignidad. El sueño americano o europeo sigue latiendo fuerte entre quienes se sienten atrapados por la falta de oportunidades, los bajos salarios y la inseguridad en Bolivia. En sus maletas llevan fotografías familiares, títulos profesionales y, sobre todo, la esperanza de un destino mejor.
Pero la realidad suele ser dura. Los bolivianos que migran enfrentan discriminación, explotación laboral, altos costos de vida y, en ocasiones, leyes migratorias que los convierten en ilegales de la noche a la mañana. Aun así, persisten. Porque la vida en Bolivia, para muchos, se ha vuelto insostenible.
Hoy, migrar es para miles de bolivianos una estrategia de sobrevivencia, pero también de sueños. Son hombres y mujeres que cultivan tomates en Salta, cosen ropa en São Paulo, limpian oficinas en Madrid o manejan maquinaria en Virginia. Cada uno lleva consigo historias de sacrificio, nostalgia y lucha. Y aunque el mundo se cierra cada vez más con muros y fronteras, la esperanza de encontrar un lugar digno sigue impulsando este nuevo éxodo boliviano.
Imágenes generadas por IA
Por: Brian Dalenz Cortez – Comunicación Cecasem