Mientras todo el mundo habla del dólar, los bloqueos o disputas políticas, ignoramos un problema aún mayor: la seguridad alimentaria. En Bolivia, muchas familias no pueden garantizar que habrá comida en su hogar en el día ; esa incertidumbre crece tanto en el campo más remoto como en las laderas de nuestras ciudades. Comer, simplemente se ha vuelto todo un lujo.
En Bolivia, según el último informe conjunto de la FAO y el Programa Mundial de Alimentos, el 19 % de la población —más de 2,2 millones de personas— vive con inseguridad alimentaria aguda. Esto significa que millones de bolivianos no saben si podrán alimentarse adecuadamente o en casos extremos ni siquiera lo hacen. No es una exageración, es una realidad urgente que se vive de cerca.
En la Amazonía, por ejemplo, las comunidades Tsimanes viven una crisis invisibilizada. La deforestación, los incendios, la pérdida de ríos limpios y especies silvestres están rompiendo el equilibrio que antes sostenía su alimentación. Ya no basta con sembrar, cazar o pescar, hoy muchos deben comprar alimentos básicos como arroz o aceite, pero no tienen los recursos para ello. La falta de ingresos, mercados y apoyo del gobierno los ha dejado en el abandono.
Por otro lado en la ciudad, la situación tampoco mejora. En las laderas de La Paz y El Alto, donde vive gran parte de la población trabajadora e informal, la comida también escasea, no porque no haya productos, sino porque ya no alcanza el dinero para comprarlos. Los precios han subido en promedio más de un 10 % en el último año por lo que las familias han tenido que reducir porciones, quitar carne, verdura o fruta de sus platos y en algunos casos pasar el día con una sola comida. El rostro de esta crisis no es anónimo: son madres solteras, adultos mayores sin pensión, niños que van a la escuela sin desayunar. Son los de siempre. Los que viven al margen.
El cambio climático no perdona. Sequías, heladas, incendios… todo impacta en la producción y en el precio de los alimentos. Bolivia perdió más de 10 millones de hectáreas por incendios en 2023 y 2024. Y a pesar de ello, el país sigue siendo dependiente de la importación para abastecerse de productos básicos. El modelo alimentario no solo es vulnerable, sino que también es insostenible.
No bastan discursos, ni promesas, ni campañas vacías. Hacen falta acciones reales como apoyar la producción local, solidarizarse con las familias más afectadas y remediar las incapacidades del Estado para combatir una crisis. Porque un país que no alimenta a su gente no tiene futuro y porque en cada plato vacío hay una historia que no puede seguir siendo ignorada.
En Bolivia, la seguridad alimentaria está siendo vulnerada. Y si seguimos ignorándola, estaremos sembrando más desigualdad, más dolor y más hambre. La comida no puede seguir siendo un lujo. Desde Cecasem compartimos que la seguridad alimentaria es un derecho que debe estar garantizada para todas y todos.
Autor: Monserrath Murillo